Manifestantes del 8N |
Decía
Perón que, “con la libertad y la democracia ocurre lo que con la
generosidad: que muchos quieren que los demás la practiquen, a fin de hacer más
provechoso su egoísmo.” De modo tal que “si un gobernante elegido por su
pueblo, hace lo que su pueblo quiere y en ese concepto lucha por la justicia
social, la independencia económica y la soberanía de su patria, se le declara dictador y su gobierno totalitario.”
Si bien el General en el exilio se
refería a la democracia de su tiempo, al parecer las cosas no cambiaron tanto. Chávez
y Cristina Kirchner, en las últimas y recientes elecciones presidenciales,
obtuvieron casi el 55% de los votos; y, además, el presidente venezolano aventajó
a Capriles en más del 10% y la presidenta argentina superó al contrincante más
cercano en casi el 40%.
Pero el contundente apoyo popular no
importa, el egoísmo se impone.
Adam Smith, en su célebre libro “La
riqueza de las naciones”, decía que “no es la benevolencia del carnicero, del
cervecero o del panadero de lo que esperamos nuestra comida, sino de la consideración
de su propio interés”. El economista escocés se refería al interés como parte
del sentido común de la sociedad, de modo que el egoísmo cumpliría un rol
social constructivo.
Sin embargo, el interés que demuestran
los férreos detractores de las mayorías –que llaman dictador a un presidente
que ganó catorce elecciones incuestionables en la que participó directa e
indirectamente, o autoritaria y monárquica a una presidenta que fue reelegida
por la mayoría absoluta de su pueblo–, es un interés que exacerba el egoísmo al
punto de transformarlo en destructivo.
La democracia, como gobierno del
pueblo, necesita de mayorías que participen, beneficien y que, conforme su propio
beneficio, también garanticen la participación de las minorías. Una mayoría es
tal respecto de una minoría o varias minorías. Tal es así, que muchos
importantes logros democráticos de los últimos tiempos, reconocen derechos a
las minorías por voluntad de las mayorías: el matrimonio igualitario y el derecho
a la identidad de género, son un claro ejemplo.
Pero cuando alguna minoría no acepta
acompañar la voluntad de la mayoría, su egoísmo termina por exacerbar la órbita
del sentido común, y se transforma en un egoísmo destructor. La violencia se abre
paso y entonces se dicen cosas como las siguientes: “Néstor volvé, te olvidate
de Cristina”, “lo que estamos acá somos golpistas de la democracia”, “no
vivimos en un país libre, desgraciadamente”, “quiero un país democrático, no
quiero dictaduras de ninguna naturaleza”, “¡que se vayan!”, “para mí es un
gobierno narco-terrorista, señor. Para que le quede bien en claro”, “Esto es
una dictadura, no es un gobierno democrático”, “Andá con Néstor la puta que te
parió”, “es para vos Cristina puta, la puta que te parió”, “No estamos pidiendo
destituir a nadie, estamos pidiendo que esa señora se vaya”, “Kretina conchuda
hija de puta, tomate el helicóptero”… (13S);
“Kris andate, ¡go!”, “Cristina enemiga pública nº1”, “Basta de diktadura”, “Argentina
sin Reina Cristina, basta”, “Enough is enough, Ms. Cristina”, “No queremos
Venezuela”, “Fuck you!”, “Mano dura a delincuentes”, “Basta de abusos y
atropellos a la clase media”, “Vamos a colgarlos del pescuezo”, “no al nuevo Código
Civil que promueve el aborto, la eutanasia, la homosexualidad, la drogadicción,
el ateísmo y el divorcio”, “¡Basta Cretina!”, “Cristina hoy me acordé de vos!!,
pisé mierda”, “Basta de luto por un ladrón”, “Kristina: ya tenés tu Versalles,
solo falta la guillotina”, “Muerte a los K y a Moreno”, “El abuso de poder te
lo haremos comer. Yegua. Loca. Estas muerta. Te vas a ir con Néstor” (8N)…
Parecen no ser más que bravuconadas,
si podemos dar por seguro que, en el estado actual de la democracia argentina,
resulta poco probable que los deseos de destituir o asesinar a un gobernante prosperen.
Sin embargo, sí hubo una consigna en las marchas del 13/9 y del 8/11, que resultan
ser la raíz del reclamo de las clases pudientes argentinas y que ponen en riesgo
la estabilidad democrática y los derechos esenciales conquistados: “Protesto
porque está lleno de gente que te tiene envidia”, dice un joven de treinta
años. “Estoy podrido que mantengan la gente pagando planes y asignaciones
universal por hijo”, grita otro. “Si la plata no te alcanza para llegar a fin
de mes, fijate, capaz que podés cobrar la asignación universal por hijo de
puta”, recomienda un cartel que una señora eleva con sus manos. “Basta de
planes, ofrezcan trabajo”, gritan quienes tienen trabajo y afirman que “Somos la
mitad del país que mantiene a la otra mitad”. Otros se esfuerzan en hacer notar
que las mayorías que apoyan al gobierno es ignorante e irrespetuosa: “Sra.
Presidenta K, somos de la clase bien educada, pedimos seguridad,
respeto” (el subrayado es parte de la consigna), “¡Yo me quiero ir todos los
años de viaje a Punta del Este y esta negra de mierda no me deja!”, grita un adolescente
como si su papá le hubiera prohibido ir al matiné con los amigos, al tiempo que
una señora muy paqueta desautoriza a las mayorías de un grito: “Mi mucama
recibió un lote a cambio del voto, así que no me digan del 54%”. “Estoy en
contra de la
Asignación Universal por Hijo porque es para que la gente que
no tiene ni un centavo procreé en forma irresponsable”, podría ser Malthus con
su Ley pero no, es una mujer que sabe mirar con desprecio al otro. “La odio con
toda mi alma porque me saca el salario de mi hijo para bancar a esos vagos de
mierda”, gritaba desencajada otra mujer, como si le hubieran matado al hijo…
Estas expresiones podrían resumirse en
una sola consigna, negadora a su vez de
la sentencia smithiana: “si la plata no les alcanza, si son pobres, si tienen
muchos hijos, no esperen tampoco su comida de la consideración de nuestro
interés”. Es decir: si ya nada podíamos esperar de la benevolencia de la
burguesía cacerolera y principal beneficiada por el capitalismo, luego del 8N
quedó en claro, entonces, que tampoco podemos esperar nada de su interés.
El liberalismo clásico proponía un
egoísmo constructivo y conveniente en tanto sentido común. El neoliberalismo,
en cambio, es voraz, nada comparte, todo acumula en pocas manos. Espera todo de
los demás y a cambio nada da.
Entonces, los manifestantes, ¿conforman
una minoría que no soporta que a la mayoría le vaya bien o son una minoría que,
al reconocer el avance social, político y económico de la mayoría, se resiste a
perder el lugar de privilegio que creían tener garantizado por su condición y
posición?
Tal vez haya de las dos cosas y más pero,
para ser más precisos, el 13S y el 8N puso en escena a una minoría que parece
no haber practicado nunca la libertad ni la democracia, que demuestra no ser
generosa con sus pares o bien, como dice Perón, que sale a pedir “Libertad” y “Democracia”
para que la practiquen otros y poder mantener lo que hoy, con mucha razón,
ven amenazado: las condiciones para hacer
más provechoso su egoísmo.
Nelson Pascutto
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