Después de la derrota en
Ayohuma el Ejército del Norte inició su retirada. Acosado y perseguido por los
enemigos realistas llegó hasta Salta, donde el coronel Dorrego y los gauchos de
Güemes lograron detenerlos mediante la guerra de guerrillas. En febrero de 1814 arribaron a Tucumán para ponerse a disposición del nuevo general en jefe del
ejército, en reemplazo del brigadier Manuel Belgrano, José de San Martín.
Pocas semanas antes ya se
habían unido un escuadrón de Granaderos a Caballo como refuerzo, que traía
nuevas y modernas tácticas militares. Hasta ese momento la caballería del
ejército patriota era casi nula y el desorden, la indisciplina y la mala
formación de sus soldados forzaban a errores que ponían en peligro el éxito de
la revolución. El general San Martín se dispuso entonces a transmitir los
nuevos conocimientos a sus oficiales, que ya habían tenido una muestra en las
reglas y comportamiento de sus granaderos.
Cuenta
en su memorias un oficial integrante de aquél ejército libertador, quien luego
fue el célebre general José María Paz, que “el regimiento de Granaderos a
Caballo era un hermoso cuerpo, tanto en oficiales como en soldados […] en lo
general jóvenes de educación y elegantes que se habían propuesto por modelo a
su coronel San Martín, e imitaban sus acciones, sus gestos, su modo de hablar,
de caminar y de vestir”. Al llegar el primer escuadrón en auxilio del ejército,
los granaderos de San Martín no tardaron en hacer notar sus aires de
superioridad y tratar de imponer sus reglas a los demás cuerpos. Entre sus
autoexigencias de trato y porte decorosos, como así también del alto sentido
del honor, estos granaderos tenían una institución privada y secreta que
celebraban reuniones mensuales entre jefes y oficiales para verificar y evaluar
el cumplimiento de un reglamento, cuya inobservancia se penaba con la expulsión
del cuerpo. Entre los artículos establecidos Paz recuerda el que dispone que “será
expulsado del cuerpo: […] el que levantase la mano a una mujer, aunque sea
insultado por ella”.
Al leer historia y
estudiarla, siempre me propongo el desafío de transportarme en el tiempo para
intentar percibir lo que estos personajes sintieron en carne propia. Busco
trasladarme a los lugares donde sucedieron los hechos para aproximarme a
aquellas vivencias ya disueltas por los años. Finalmente, al frío de las
estatuas de bronce y las glorias transmitidas por cientos de páginas de libros
de textos escolares, me pregunto: ¿cómo un hombre perdido entre los tumultos de
hechos y circunstancias de épocas pretéritas llega a erigirse, muy luego por
cientos de años y más allá, en alguien que merece ser llamado al unísono y con
emoción Padre de la Patria?
Indudablemente las
respuestas pueden ser muchas y atendibles. La suerte y los momentos que se
combinan en un inmanejable torbellino de circunstancias favorables juegan un
papel fundamental, pero también el temple y la voluntad del hombre decidido a
intencionar sobre una realidad que se le presenta adversa a sus convicciones y
principios. Ambas complementan el éxito o fracaso de cualquier empresa. El
general San Martín acaso haya sido cualquier hombre de su época. No todos sus
compañeros de armas tuvieron una buena opinión de él y, por supuesto, tuvo
enemigos terribles y temibles. Pero más allá de todos los argumentos en base a
hechos comprobados que podemos ensayar para darnos una respuesta que justifique
ampliamente sus laureles (que los hay e indiscutibles), prefiero llegar al alma
de ese hombre y rascar hasta rasgar el manto de su gloriosa vestidura para ver
la grandeza de sus pequeños y olvidados gestos, como es el caso de ese respeto
fuera de época por la mujer.
Hoy, doscientos tres años
después, la violencia contra la mujer es un látigo que lesiona de gravedad
psicológica y física hasta matar. Y lo peor es que aún hay quienes prefieren
conservar su estatus efímero (a-histórico) y entregarse al cálculo de
convenientes posibilidades y así mirar para otro lado. Pero por suerte ya
existe un movimiento cada vez mayor de voluntades sanmartinianas que van
despertando conciencias dormidas, timoratas, cómplices; que seguramente no
llegarán a ser padres de la patria ni nada parecido pero, al igual que aquellos
granaderos que fueron a asistir a un ejército en retirada, lucharán su propia
independencia hasta degradar y expulsar de las filas de nuestra patria “a quien
levantase la mano a una mujer”.
Sergio Carciofi
13/01/2017
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