Para quienes seguían las peleas de Sergio
“Maravilla” Martinez, no fue sorpresa la contundente victoria contra Julio
César Chávez Jr.
En
2010 le ganó a Kelly Pavlik por decisión unánime y obtuvo los campeonatos
mundiales medios del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) y la Organización Mundial
de Boxeo (OMB) y en noviembre derrotó a Paul Williams con un espectacular
nocaut en el segundo round.
Al
año siguiente, tiró a la lona cinco veces al invicto y duro ucraniano Sergiy
Dzinziruk y, en octubre, le fracturó la nariz al boxeador inglés Darren Barrer en
el décimo primer round, quien debió ser ayudado a levantarse por su equipo,
para llevarlo directamente al hospital.
En
marzo de este año, el quilmeño mandó a la lona dos veces a Matthew Macklin. De
nada le sirvió al irlandés que lo salve la campana, porque su entrenador tiró
la toalla y evitó que salga al duodécimo round.
Sin
embargo, cuatro notables defensas de los títulos no impidieron que el CMB le
quitara en los escritorios el título de campeón de peso medio para dárselo a
Chávez Jr., a cambio de un cinturón de diamante y promesas de peleas con los
grandes. Situación que daba un condimento más al combate más esperado por él y sus
seguidores, fascinados por su técnica y estilo.
De
aquí en adelante, es historia conocida. Los medios “exististas” de la Argentina
se encargaron de resaltar la historia personal de este hombre de 37 años que,
expulsado del país por la crisis del 2001, no descansó hasta lograr, gracias a
su esfuerzo y mérito, la oportunidad para convertirse en uno de los tres
mejores boxeadores de la actualidad.
En
una entrevista previa a la pelea con Chávez, Maravilla le contaba a Alejandro Fantino
su origen humilde: “Conocí lo que era una verdadera cena a los catorce años…
venimos de una familia pobre, trabajaba mi padre como ocho mil horas para
mantener tres hijos con su mujer. Cenaba mi padre en casa y los hijos mate
cocido con leche y cuando había dinero pues con pan …, o sin pan y a veces pan
de ayer de anteayer… eso no lo viví yo lo vive tres cuarta parte de Argentina.
Soy conciente de eso. A los 14 años comencé a trabajar. Cuando llegué de
trabajar me duché, vine a la mesa, me senté y apareció un plato de comida y
digo: se cena a la noche, no?”
Contó
además las razones de su autoexilio en España durante la crisis: “Argentina no
me va a llevar a ningún lado, por lo menos con las intenciones y las
pretensiones que yo tengo”, y sus penurias como inmigrante: “yo me voy a
encargar de que te vayas a tu puto país”, lo amenazaba la policía española cuando
lo demoraban por no tener documentos.
Pero
ahora es diferente, el país que lo expulsó hoy lo adora e idolatra. Todos
quieren sacarse una foto y entrevistarlo. La revistas sensacionalistas lo ponen
en tapa: Caras ofrece una entrevista que Martinez no dio, Gente lo tacha de “el
más sexy”, Paparazzi revela a su novia bajo el título “El campeón del amor” y la revista Semanario
sacude: “Otro campeón para Susana”.
Ni
lerda ni perezosa, Susana Giménez, aprovecha la oportunidad y se cuelga de los
guantes de Maravilla. Se sienta en primera fila del ring, deja correr rumores
de un romance como si aún fuera esa mujer deseada de antaño y hasta hace
declaraciones en TN, el más oportunista de los medios televisivos: “Fue
increíble lo de Maravilla, la verdad fue impresionante, lástima que en el
último round le rompieron la cabeza (…) No lo pude saludar ni conocer porque de
ahí se fue al hospital y esa noche me fui a dormir porque estaba agotada,
saludé a todos los argentinos que estaban presentes”
“La
decadencia espiritual del planeta ha avanzado tanto que los pueblos están en
peligro de perder sus últimas fuerzas intelectuales (…)”, dijo Martin Heidegger
en un curso dictado en la Universidad de Friburgo en el verano de 1935, y
agrega: “las únicas que les permitirían ver y apreciar tan sólo como tal esa
decadencia”.
Acaso
esta reflexión del filósofo alemán pueda explicar las razones por las cuales
nuestra sociedad permite dar rienda suelta al exitismo y a la hipocresía más
chabacana, y lo arroje encima de un hombre que, ya casi al final de su carrera
deportiva, logra un objetivo que esta misma sociedad, con el mismo existismo
hipócrita, le negó.
Sostiene
Heidegger que esa decadencia viene acompañada de una conquista técnica que
tiende a explotar económicamente hasta el último rincón del planeta. Una
decadencia que “pueda asistir
simultáneamente a un atentado contra un rey de Francia y a un concierto
sinfónico en Tokio”; en la que “el
tiempo ya sólo equivalga a velocidad, instantaneidad y simultaneidad y el
tiempo en tanto historia haya desaparecido de cualquier ex-sistencia de todos
los pueblos (…)”. Una decadencia donde “al boxeador se le tenga por el gran hombre de un pueblo”.
Martinez
fue doblemente víctima de una sociedad que jamás le reconoció su esfuerzo, ni
antes cuando lo debía apoyar, ni ahora cuando lo debe respetar.
Pero
este boxeador deslumbrante nunca dejó de tener los pies en la tierra; además es
inteligente, razona, refexiona: “La vida está para pelearla. No son dos días de
vida, es mucho más, es mucho más. La vida no es corta, el problema es que nos
pasamos todo el tiempo haciendo nada (…) Yo miré Las Vegas y un poquito más
arriba, desde Claypole”. Y humildemente aconseja: “Mirá lo más alto, para
llegar bien alto, para llegar más alto todavía. No mires donde lo que querés
conseguir, mirá un poco más todavía porque se pueden conseguir las cosas. La vida
no son dos días y nadie dijo que es fácil. Nadie dijo que la vida es liviana,
que es fácil. No. Pero estamos ahí para pelearla. Nadie muere en vísperas.
Lucha hasta la muerte, hasta el final. Es todo lo que puedo decir.”
Maravilla
le dio un golpe de nocaut a la decadencia y no se merece, tampoco nuestro
pueblo, que se le tenga por un gran hombre. Porque, y el lo sabe y dice mejor
que nadie: “el boxeo es efímero como la fama. La vida es otra cosa.”
Sergio Carciofi
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