A
poco de recomenzar a andar el carro por el amplio y ripioso camino de la
centroizquierda argentina, los melones se van acomodando. Es físicamente lógico,
porque el empujón inicial de todo arranque siempre sacude primero a los mal
ubicados. Lo que resulta inesperado es cuando los melones mejor acomodados
pueden ser también los primeros en reacomodarse en el primer sacudón: es el
caso de ex titular de la ANSES, Diego Bossio.
El
momento y los argumentos rompen contra toda lógica: Bossio fue titular de la
ANSES en el último largo tramo del gobierno de Cristina Kirchner, y también un fogonero
perfectamente adaptado al modelo kirchnerista. Fue electo diputado y, antes de
que se iniciara el período de sesiones ordinarias, rompe el bloque y se va
diciendo que pretende ser “una oposición responsable”, que quiere que “a Macri
le vaya bien”, que “el peronismo tiene que dejar de ser sectario”, que “siempre
fui peronista” (!)
Tratemos
de entenderlo: probablemente su relación con La Cámpora haya sido tan odiosa y
espeluznante que hasta bastaría justificar su huida con una sola palabra:
hartazgo. Tal vez haya sido Bossio un peronista incomprendido en las filas del
kirchnerismo. Acaso Bossio tengan un perfil ideológico muy parecido al de
Macri, como así lo tienen Urtubey, Massa y De la Sota, por ejemplo. O
simplemente decidió, como decía Perón: “ser un instrumento de la ambición de
algunos”.
No
creemos en tanta inocencia.
Diego
Bossio hoy es la cara visible ante la sociedad de un espacio del peronismo
ortodoxo, de centroderecha, que, con todo el pragmatismo que sea posible, aspira
a conducir el Partido Justicialista y liderar así el espacio de la
centro-izquierda en la Argentina (ver una explicación para esta aparente
contradicción en "El nudo en la garganta", por Nelson Pascutto)
El
discurso del diálogo, la oposición constructiva, el hipócrita cantito de que
hay que apoyar a Macri porque nos tiene que ir bien a todos, no es más que un cálculo.
Lo sintetizó muy bien uno de los jefes de Diego Bossio y gobernador de Salta,
Juan Manuel Urtubey: “El peronismo tiene que dejar de aparecer como un
obstáculo cuando gobiernan otros”. Un viejo militante del peronismo de los años
de la resistencia nos decía al respecto: “Si algo ha sido el peronismo es ser
un obstáculo cuando gobiernan otros que quieren imponer despidos, hambre,
represión, endeudamiento, monopolios, muerte, cárcel, desapariciones. Urtubey
claramente nada tiene que ver con el peronismo ni con nada que se le
parezca".
No
coincidimos con el compañero en la última parte: Urtubey es un emergente de un
peronismo sin significación. En los términos de Ernesto Laclau: las expresiones
discursivas del espacio de este peronismo que nace rupturista tiene por objetivo
edificar una identidad hegemónica
capaz de constituirse a sí misma en una particularidad que pueda encarnar una
totalidad que, sabe, jamás podrá alcanzar ni representar (significante vacío),
pero sí conducir políticamente. Dicho de otro modo: Al espacio que lidera
Gioja, Urtubey y que llevó a los tirones a Bossio, no les resulta útil la
particularidad derrotada en la últimas elecciones, están más bien preocupados
por asir la nueva identidad que construyó el macrismo para llegar al gobierno.
Por eso para ellos el kirchnerismo ya fue, lo que viene es un nuevo discurso
que construirá una nueva expresión política con vistas a llegar a la cima del
poder. Pero, ¿cómo lo harán?
Napoleón
Bonaparte decía que la verdadera política es cálculo, todo lo demás son circunstancias
que pueden ser útiles o no. Lo que es útil se toma, lo que no se desecha. De
modo que se podría reducir todo a un juego de conveniencias sostenidas por el
interés de los diferentes sectores que pueden conformar esa particularidad
hegemónica.
En
este sentido se entiende mejor la lógica que viaja en el carro de los melones.
Diego Bossio se suma así a los calculistas de la política argentina, a los que
se hamacarán en el carro hasta que pare en la estación del poder. No les
importan, por ahora, los derechos ganados por esa totalidad que les resulta
inconmensurable a su proyecto político, tampoco les interesarán las pasadas
lealtades ni los favores recibidos. No entran en el cálculo.
No obstante, la contracara de ese plexo discursivo aún la representa el
kirchnerismo. Resulta ser una fuerza equivalente a la que se intenta construir.
El gobierno macrista aún sigue sosteniendo su identidad en la demonización del
kirchnerismo y, tal vez, la lleve hasta extremo de reducirla a la
judicialización. Mientras esto subsista la diferencia complejizará esa
totalidad inasible que representan los intereses de los argentinos y los
cálculos de los jefes de Diego Bossio deberán ser cada vez más finos.
Pero la política no es solo cálculo, también es, como dice Gramsci, “historia
en acto, o sea, la vida misma”. Y no hay cálculo que valga cuando los
representantes políticos se apartan del proceso histórico real, cuando toman a
la gente como meros números de contabilidad, cuando los dirigentes (vuelvo a
citar a Gramsci) “se están reduciendo precisamente a sermones, a cosas ajenas
de la realidad, a pura forma sin contenido, a larva sin espíritu […]”
El
25 de mayo del 2003 la Argentina reinició su destino sudamericano y lo volvió a
colocar en el corazón de esa totalidad histórica. Fue posible. El gobierno que
se inició hace dos meses no recibió el país que recibió Alfonsin (dictadura),
Menem (hiperinflación) y Kirchner (desastre del 2001); recibió un país en
marcha y lanzados a sus enormes posibilidades.
Esperemos
que el zarandeo de los calculistas de la política no vuelquen el carro.
Sergio Carciofi
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