Desde las profundidades de este tempano oscuro que es la
realidad, pregunto nuevamente: ¿alguien tiene algo que decir? Sigo buscando y
por eso estoy aquí, otra vez, en la Argentina. La triste muerte de un fiscal
animó el griterío. Quizás, en este río revuelto haya alguien que tenga algo que
decir. ¡Existirá la aguja en el pajar o es puro cuento!
Llego a las escalinatas del Palacio de Tribunales y pregunto
a los abogados, fiscales y jueces si tienen algo que decir. No contestan.
Niegan tener conocimiento. Un policía me pide que me retire, me ruega respeto.
Dice que no es lugar para el arte callejero y menos para burlar a la Justicia (?).
Se que mi vestimenta, mi túnica blanca, lo intimida. Entonces contesto: ¡acaso
aquella mujer que no quiere ver no viste igual que yo! Y exijo que me diga si
tiene algo que decir o no. Gran alboroto se arma en el hall central. Gente que
grita ¡ladrones, asesinos, digan quién mató a Nisman! Más policías tironean de
mis ropas y llegan las cámaras de televisión. Y… ¡Oh sorpresa! Ahora ellos a los
gritos pelados me preguntan a mí: ¡quién es usted!, ¡sabe quién mató a Nisman!,
¡Suicidio o asesinato, diga, diga lo que sabe! ¡Tiene información!, ¡viene a
traer pruebas! Militantes ocasionales de partidos políticos de diferentes
colores organizan una protesta y exigen mi liberación: ¡suelten al testigo!,
¡no lo maten! ¡Libertad al barbeta! ¡Bar-be-ta!, ¡bar-be-ta! ¡Olé, olé, olé,
olé, Barbaaa, Barbaaa…! Llegan grupos de policías con carros de asalto y
comienzan a formarse entre los militantes y la policía. Son gendarmes con un
señor medio pelado. Se nota que es diferente, se peina hacia atrás y su camisa esta
desabrochada convenientemente para que su torso se exhiba desnudo. Habla todo
el tiempo por un handy y pide que cuiden al testigo (o sea a mí) Me suben a un
móvil y me alejan de la muchedumbre enardecida que pide ¡Jus-ti-cia! ¡Jus-ti-cia!
Al cabo de algunos minutos el conductor detiene la marcha, me toman fuertemente
de un brazo, cuando salgo totalmente del auto me toman fuertemente del otro.
Subo escaleras y les pregunto a esos hombres dónde me llevan. No contestan. Pienso
que tal vez alguien, efectivamente, tiene algo que decir, pero no quiere que
todos lo sepan. Siento una emoción extraña. Me digo que tal vez ha llegado el
día y que alguien, que tiene algo que decir, me lo dirá finalmente. Sonrío, me
entusiasmo. De repente ingreso a una oficina y una mujer se presenta y me dice:
soy la fiscal, qué tiene para decir. Vamos que no estoy para perder el tiempo…
Contesto que nada, que más bien soy yo quien busca saber si alguien tiene algo
que decir. Gira su cabeza y dirige su mirada a dos señores muy bien peinados y
vestidos con traje y corbata, vuelve a mirarme y me grita: ¡me está tomando el
pelo! ¡Esto es la Justicia y yo estoy trabajando y no tengo tiempo para
pelotudeces! ¡Saquen a este tipo de mi oficina, carajo! Y dejen de traerme
pelotudos…, remata. Los mismos hombres que me sacaron de la muchedumbre, me
subieron y bajaron del móvil policial, ahora me arrastran a los cachetazos y me
dicen: sos vivito vos, pelotudo. Con que querés hinchar las pelotas. Ahora te
vamos a enseñar a no joder. De pronto uno recibe un llamado, me mira y le dice
al otro: déjalo libre, es un loquito con ganas de romper las pelotas. Luego me
pegan un último cachetazo y me dicen: tomátela boludo. Me voy. Bajo las
escaleras y veo a un señor muy anciano, con uno de esos bastones que tienen
tres patas. Me detengo ante él y le pregunto si quiere que lo ayude. Me pidió
por favor que sí. Lo ayudo a subir y aprovecho a preguntarle: ¿este lugar es la
Justicia?, una señora de ahí adentro me dijo que esta es la Justicia, agrego. Levanta
su cabeza, lo que puede levantar, me mira frunciendo al máximo de sus
posibilidades su frente y me contesta: soy un jubilado, vengo a cobrar las
diferencias que no me pagaron. Es el quinto edificio que visito en dos días y
siempre me contestan que este no es, que es el otro. En cualquier caso, tal
vez, si este llegara a ser el correcto, podría creer que aquí está la Justicia.
Pero vea mi hijito, ¿usted leyó El
Burgués Gentilhombre de Moliere? Le contesto que no. Entonces me recomienda
su lectura y agrega: ese burgués de Moliere es un ignorante enriquecido que
compró sus títulos y ahora quiere parecer noble. Ya no hay nobles, gracias a Dios,
pero hay República, que no es otra cosa que cascaras como este edificio lleno de esos mismos mequetrefes y paparulos de siempre.
¿Qué me habrá querido decir?
Jack Tex Tousseau,
filósofo extemporáneo
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