Por esas cosas que suceden en mi casa, o en la de cualquiera, hace unos días anda dando vueltas de un lugar a otro la edición conmemorativa de Cien Años de Soledad (edición que compré en 2007 para mis hijas) Sobre la mesa de luz, en la cocina, en el baño, en una de las sillas del patio estaba como arrojado para ser leído una vez más. Pensé, me dije: lo voy a llevar a la biblioteca. Pero elegí volver a leer el comienzo: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro..." Días después leí nuevamente la primera página y otra hasta llegar a ese tren lleno de muertos que la historia olvidó: "Cuando José Arcadio Segundo despertó estaba bocarriba en las tinieblas. Se dio cuenta de que iba en un tren interminable y silencioso, y de que tenía el cabello apelmazado por la sangre seca y le dolían todos los huesos. Sintió un sueño insoportable. Dispuesto a dormir muchas horas, a salvo del terror y el horror, se acomodó del lado que menos le dolía, y solo entonces descubrió que estaba acostado sobre los muertos" El realismo mágico parece tocar fondo en este pasaje. Jamás olvidé lo olvidado, sin embargo, luego de terminar de leer por primera vez el libro, siempre dudé si realmente había leído o no la historia de aquel tren. El libro sigue y seguirá dando vueltas por la casa. Hoy apareció otra vez y releí, recordé el final: "Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra." Me interrumpe ahora mi hija Malena, ella tiene seis años y siempre dice algo o pregunta esto o aquello sin darme tiempo a ir más allá de lo que digo, hago o leo. Se que lo hace deliberadamente porque sabe que soy un incrédulo o busco explicaciones a todo. "Papá, ¿vos alguna vez creíste en las hadas? Tenés que creer en las hadas porque las hadas existen. Y, ¿sabés dónde viven? En los campos donde hace mucho calor." Si lo sabrá Gabo.
Sergio Carciofi
18/4/2014
1 comentario:
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