Todo se construye y se destruye
tan rápidamente
que no puedo dejar de sonreír.
Es parte de la religión matar
es parte de la religión mentir
es parte de la religión.
Charly García, “Parte de la religión”
Pero, como el asombro es el hermano menor del olvido, siempre sucede que ciertas cosas que hoy nos resultan raras y extrañas fueron alguna vez normales y habituales, como eso de andar escondiendo alhajas y dinero en los conventos de monjas para protegerlos de eventuales confiscaciones. ¿Acaso las cajas de seguridad que ofrecen hoy las entidades bancarias hayan encontrado inspiración en aquellas sacras bóvedas?, no lo sabemos con certeza. Pero sí podemos afirmar que era una práctica común en la guerra de nuestra independencia enterrar bienes muebles. Resulta que todo lo que estaba en dominio español fue declarado propiedad extraña y, por lo tanto, sujeto a ser incautado por el ejército libertador. El general José María Paz, protagonistas de aquellas épicas jornadas, cuenta en sus memorias que los acaudalados españoles tomaron medidas y ocultaron sus riquezas muebles en excavaciones secretas que en Perú se denominaban tapados y también “en los conventos, principalmente de las monjas, bajo la salvaguardia de la santidad de los lugares y de sus pacíficos habitantes” (Paz, José María; Memorias Póstumas) Así fue que en ocasión de la ocupación de Potosí, con el fin de obtener recursos que financien la lucha contra los maturrangos, las autoridades de nuestro ejército establecieron un tribunal de recaudación que tenía por objeto “perseguir las propiedades de los prófugos, estuviesen o no ocultas, y declarar su confiscación”. Paz recuerda que el único tapado que se descubrió en Potosí fueron más de cien mil duros que pertenecieron “al rico capitalista don N. Achával” y que se “encontró a granel en un socavón hecho en cierta casa y después cubierto con tierra”. En muchos casos, ante la proximidad de la ocupación, los dependientes de los españoles cumplían la instrucción de ocultar las fortunas de sus amos, sin tomar la precaución de informarles el lugar, de modo que cuando sus dueños querían recuperarlas y el encargado fallecía en las guerras o se fugaba, era imposible dar con los depósitos. En Chuquisaca, sin embargo, había muchos establecimientos eclesiásticos y la práctica de ocultar las riquezas en los conventos de monjas fue generalizada. Paz narra que se ordenó requisar esos conventos y beateríos y “se hizo un buen acopio de todo, que se guardó en la sala principal de la casa de gobierno a granel y sin cuenta ni razón”. En otros casos, la denuncia de albañiles encomendados a hacer obras en los conventos para ocultar cajones, motivaban las requisas e inspecciones. En cuanto a las monjas, ellas también tomaban partido. Habían quiénes protegían los intereses españoles y quienes procuraban asistir y ayudar a la causa de la independencia: “aquella comunidad mujeril se había dividido en dos bandos que se hacían una guerra tenaz” (Paz, Op. Cit.), por lo que el ejercicio de las requisas e inspecciones resultaban dificultoso para los oficiales de nuestro ejército, sobre todo cuando las monjas desplegaban ante ellos toda su “coquetería [e] injerencia en las cosas políticas”.
En madrugada del 14 de junio de 2016 José López ingresó al Monasterio Nuestra Señora del Rosario de Fátima de la ciudad de General Rodríguez. Junto a una puerta enrejada dejó sobre el suelo un arma larga de gran calibre, arrimó dos bolsos y golpeó la puerta. Una monja abrió la puerta y la reja, entró los bolsos que estaban en el suelo; luego, el mismo López ingresó con algunas bolsas más y cerró la puerta dejando el arma en el mismo lugar. Finalmente, tres policías armados llegan, ven el arma, se abre la puerta, ingresan y cierran la puerta.
La cámara de seguridad finalmente congela la imagen con la puerta cerrada, la reja abierta y el arma en el suelo como testimonio de una farsa que replicaron, una y otra vez, los medios de comunicación de todo el mundo.
Nelson Pascutto