sábado, 11 de agosto de 2012

ALPARGATAS SÍ, LIBROS TAMBIÉN: "TEATRO (DE LOS CORDONES) Y DOCENCIA (EN LOS CORDONES) NI APOCALÍPTICOS NI INTEGRADOS (“A LA VARIABLE DE AJUSTE”)", por Ernesto Marcos

Con el objeto de que no se cosifique sino de “Sujetar" al docente (que es un actor); Ernesto Marcos, dramaturgo, propone ideas y soluciones para minimizar el riesgo de NO TRABAJAR.

Justamente, a fin de no ser “fatalista”, o de “autocumplir una profecía”, como diría Freud: (no) ser de los que “fracasan al triunfar” o “triunfan al fracasar” trataré de ser “vitalista”,  fresco, vivaz, “tomarme alegremente” la cuestión, un docente joven y jovial, apelar al “optimismo”, tan degradado y denigrado por cierto maniqueísmo bastardo . Y con el mismo objeto de que no se cosifique  sino de “Sujetarlo” (al tema), de que no se ritualice sino antes bien que se “individualice”: propondré a partir del texto “La Docencia: un trabajo de riesgo”de Almandoz una visión pragmática, de sentido común y herética por la cual la primera afirmación es que: “El teatro es un trabajo de riesgo”; “La docencia teatral es un trabajo de riesgo”: “El riesgo es un trabajo teatral, el riesgo es para el teatro”; y “El Trabajo” es un riesgo para el Teatro y para la docencia teatral.

Desde el teatro de ferias, de cómicos de la legua, de guerra, de frente de batalla, de posguerra, pasando por el teatro político, de resistencia, revolucionario, hasta llegar al teatro pobre de Grotowski, “underground” de sótanos orinados, antropológico de Eugenio Barba, etcétera, teatros linchados, apedreados, se encuentran apoyaturas y referentes para aquellas máximas enunciadas.
Si tuviéramos que identificar al actor con algún animal podríamos decir que ése es la exacta química genética y sintética entre una rata y una cucaracha: resistieron, resisten y resistirán todos los trabajos y todos los riesgos. Tanto es así que hasta me animaría a decir que ¡la docencia es un bálsamo para el actor!, por ende para el pedagogo teatral, porque éste siempre es previamente y antes que nada: UN ACTOR. Un actor que genéticamente debe estar preparado para trabajar en las peores condiciones de riesgo. Pues su vida tal vez haya sido así, así es y así será.
¿Puede haber peor trabajo de riesgo que subirse a un escenario y exponerse a hacer algo que uno no es como si uno lo fuera, lo sintiera, lo pensara y esperar al final de un espectáculo el aplauso unánime y encontrarse con un abucheo, agresiones físicas por objetos arrojados, una sala vacía o con una sala llena vacía de aplausos? Sin embargo, el actor “PONE EL CUERPO”, SIEMPRE PONE EL CUERPO y PONE LA CARA Y PONE TODO DE SÍ.
Como hombre eminentemente de acto, de acción lo peor que le puede producir a un pedagogo teatral “la jornada efectiva completa” en los términos de Almandoz es una de las peores calamidades humanas: EL ABURRIMIENTO, el tedio, el aplastamiento del cuerpo y la energía, y el fastidio de pensar “cuántas cosas antes muchísimo más efectivas, productivas podría estar haciendo”. Lo burocrático viene del francés buró, que quiere decir, escritorio: EL HOMBRE DE TEATRO ES LO ANTI-ESCRITORIO. Para un actor hoy hasta un escritorio arriba del escenario le molesta, ya no se hace un teatro de escritorio que invite a sentarse y conversar plácidamente.
El artista, más precisamente el actor, no se “adapta a la realidad” de la sociología del trabajo, tanto no se adapta a la realidad, que necesita hacer de otro(s), en otras realidades, para hablar de la suya propia como resistencia a los factores agresivos. Pero no contento con resistir, ACTIVA Y SE ACTIVA Y AGREDE. Es un “enfermo de agresión”, es un agresor enfermo, porque su salud es enfermedad para sociedad, y su enfermedad es agredir. Al decir de Michel Foucault: “La sociedad no se reconoce en el enfermo que lleva adentro, cuando diagnostica la enfermedad, excluye al enfermo”.
El primero que cuida la salud del pedagogo teatral es el actor que lleva dentro. Pues el instrumento del actor es el cuerpo y como al deportista no le alcanza con un cuerpo sano, necesita una mente sana. Aunque fuere por el solo hecho de que mientras trabaja en vida su alma todavía está pegada al cuerpo, porque para el actor “el alma es cárcel del cuerpo”. Y tan sanos necesita uno y otra por los trabajos de riesgo a los cuales los somete, es decir, por las infinitas enfermedades humanas que transitoriamente lo habitan, que al cuidarlos para sí los cuida para la docencia, “valga tanto para un barrido como para un fregado”, “mata dos pájaros de un tiro”, y en última instancia: “qué le hace una mancha más a un tigre del arte”. Porque el actor es una fiera en una jaula que le falta una reja.
Por otra parte, el actor siempre estuvo mal pago. Y si encima hace algo más que actuar que le llena ese narcisismo innato, como es enseñar, mostrar y demostrar, ejemplificar, dirigir, indicar, señalar, etcétera, no espera que se le llenen los bolsillos de monedas de oro. Archifamosa es esa máxima que dice que el actor trabaja mejor con el estómago vacío, valga literal o metafóricamente, qué paradoja: la panza llena de burgués no deja mover, el actor es lo contrario a la mujer obesa estatal tan parodiada.
En tanto, asiste razón en parte a Almandoz y cia.: lo que más necesita el docente de teatro es “el grado de iniciativa y creatividad que se le permita al trabajador para organizar su propio proceso de trabajo”. O dicho de otro modo: “dádle alumnos al actor, sólo alumnos, no le des más nada, nada más necesita de ti, súbete a su tren, siéntate, cállate y disfruta del espectáculo (en los actos escolares)”. Poco o nada debe importarle al artista, al actor, al pedagogo teatral la consideración y prestigio social inherente a la tarea, y mucho menos lo que digan u opinen sus superiores o compañeros, SU COMUNICACIÓN ES Y SÓLO ES A TRAVÉS DE LA EFICACIA DE SU TOTALIDAD COMO SUMATORIA DEL PROCESO MÁS EL RESULTADO, PERO SOBRE TODO ÉSTE ÚLTIMO. Y de esta forma “el grado de identificación que el trabajador tenga con el producto a cuya generación contribuyó”: va a ser absoluto.
Lo que más enferma al docente de drama es la escuela misma, la escuela en sí, como institución. PORQUE NO EXISTE EL TEATRO INSTITUCIONAL, ES UNA PRIMERA PREMISA FALSA Y CONTRADICTORIA.
Por todo lo expuesto podríamos empezar a arrimar los siguientes consejos:
“No cumplas órdenes”. La orden en sí es algo ajeno a ti, es algo que otro quiere hacer, que no se anima a hacer o que no sabemos si él lo haría, pero en definitiva quiere que otro lo haga por él, ese otro eres tú, quiere hacerlo a través tuyo, usándote y utilizándote. Trata por lo menos de cumplir las menos órdenes posibles, piensa que si te ordenan es porque si fuera por ti no lo harías.
Actúa por instinto, por presentimiento, por valentía, por audacia, por cualquier cosa, pero nunca actúes por miedo, el actuar en sí ya no es cobarde, pero por miedo todavía no es libre. Libre es por convencimiento personal, que es lo mismo que decir “qué quiero”, “qué hago para conseguirlo” y qué se me opone como obstáculo en la tarea.
Si te sientes vigilado, controlado, piensa que en términos de Foucault el poder de la vigilancia es la auto-vigilancia, tú te vigilas a través de ellos. Si tu rol es un tironeo constante, si de todos lados te piden cosas, tíralos a todos al suelo, quédate sola, y escúchate a ti misma, luego sal y hazlo con soltura, seguridad y coraje.
Nadie toma un café en un minuto, el café siempre es una excusa para otras cuestiones, como por ejemplo para charlar, y en última instancia es malo para la salud, así que o llevas a los chicos a tomar un café, o sea, te lo tomas con ellos, o te haces más de un minuto pidiendo un reemplazo.
Sirve también este intervalo cuasi humorístico en donde se trata de dar respuestas simples a problemas complejos para remarcar y destacar ahora, que, en realidad, El estado, las instituciones, generalmente, suelen más bien dar respuestas complejas a problemas simples. Es decir, todos sabemos el diagnóstico y dichas soluciones simples, sólo hace falta tener el poder político, institucional, gremial y económico de ponerlas en práctica. Con sueldos más elevados, menos cantidad de horas de jornada efectiva completa, más personal y más idóneo y una buena obra social se soluciona todo. Dicho de otro modo: se deberían trabajar seis horas, con un sueldo mínimo mil-eurista pero acá, con un docente UNIVERSITARIO cada veinte chicos y con un sistema de salud en donde cada uno pudiera elegir la mejor prestación entre muchas opciones.
Al modo de ver del suscrito, subyace en el texto de Almandoz una sociología del trabajo de tipo “sintomática”. Y si bien creo en la fuerza reparadora de la palabra, del decir y del hablar, del poner en palabras, no parece una solución de fondo, profunda “la reflexión conjunta” sobre estrategias de superación, y sobre las posibilidades de instrumentarlas para mejorar esas situaciones: basta de crear comisiones y aparatos y direcciones y subsecretarías; basta también del CONSENSO CONSOLADOR COLECTIVO, basta de generar LUGARES COMUNES DE LAMENTO Y QUEJA, PENOSOS Y PATÉTICOS; BASTA DE LA CONCILIACIÓN COMO BENEFICIO SECUNDARIO DEL SÍNTOMA; BASTA DE LA MEDIACIÓN SINTOMÁTICA.
Por otro lado, el pedagogo teatral además de tener a su favor que como actor le enseñaron a cuidar y trabajar tanto su cuerpo como su voz (que muchos problemas trae a los docentes gritones e histéricos), el “bicho o animal de teatro”, en sí bien llamado “teatrista”, es casi siempre un artista orquesta, polifuncional, polimodal (y valga la palabra), puesto que como el teatro en general se hace “de abajo” hacia arriba, textual y simbólicamente, todos hacen todo, y todos saben hacer todo, por lo cual está acostumbrado a que le piden que haga cosas que estrictamente no debería hacer, a nadie se le deben caer los anillos en teatro, ya que éste es en sí mismo artesanal.
En otro orden de cosas, bien hace Almandoz en referirse a la íntima convicción de los docentes sobre su trabajo como “apostolado” en detrimento y descuido de él mismo y la atención de su propia salud. La presión de mandato, imperativo categórico, deber ser, de orden social, histórico-cultural no es más que el archi remanido legado de la tradición de la moral y religión judeo-cristiana en Occidente. Es el desprecio por el cuerpo, que ayer hacían los sacerdotes y monjas educadores, a favor de un alma caritativa y solidaria que cuando requiere ayuda el sistema de salud le da otra bofetada en la otra mejilla y entonces va y hace la terapia “sintomática” de Almandoz y así puede seguir luego siendo funcional para el sistema (“y tirar unos añitos más”) y en definitiva se gana “la tierra” en la tierra (vuelve al polvo echa polvo). Y en última instancia ese “apostolado” no es más que narcisismo encubierto, egocentrismo indirecto, egoísmo meta-pasivo.
La tensión conflictiva o de colisión como puro choque anti dialéctico entre lo pedagógico y los comedores asistenciales en las escuelas es una muestra más de la imposibilidad de hallar soluciones para el hoy paradójico rol docente. Se necesitan entonces resoluciones prácticas rápidas, por la emergencia del caso, y efectivas, por la gravedad del mismo; respuestas oblicuas, transversales, propias de las ideas y conceptos que pueden surgir del pensamiento artístico, de la imaginación, ingenio e inventiva del creador contradictorio, ilógico, irracional, paradójico, etcétera. Y todo acto creativo primario depende de la “indeterminación constructiva” de una voluntad individual, de una mente arbitraria, que no se vea obligada a conciliar, hereje (en el buen sentido de la palabra). Porque necesitamos pensar lo impensado e impensable, necesitamos intentar hacerlo.
El docente es un actor. Y digo esto porque, aun antes el artista que el docente de arte como roles en una misma persona, más todavía el teatrista que el docente de teatro (nueva disciplina en la educación formal, oficial, estatal, etcétera) saben, todos, están “curados de espanto”, (otra mancha más al tigre) acerca de la desacreditación, desprestigio, desjerarquización, desvalorización y desvaloración como artistas de teatro antes que como pedagogos, es decir, terminan conociendo el tema por partida doble. Llegan a la docencia inmunizados, “vacunados”, acostumbrados y, al mismo tiempo, fuertes para enfrentar nuevamente la cuestión, confrontan en el teatro y confrontan en la escuela.    
El docente es un actor, hay que prepararlo (aquí está el quid de la cuestión) y largarlo al escenario. El escenario vacío y está solo. No puede esperar nada de la cabina de dirección del Estado que está arriba ni de los pobres que alimenta en su comedor y que la miran y esperan desde abajo del escenario, desde la platea. La función ya empezó, el show debe continuar y debe improvisar. Debe hacer su papel, ponerse en situación, creer  y hacer creer en su personaje. Debe ser necesariamente auténtico, natural, genuino, espontáneo, valiente y seguro.
Puede que esta suerte de neoromanticismo nos salve, y si no lo hace, no nos va a matar, nos va a hacer más fuertes, parafraseando a Nietzsche, para lo próxima función, para el próximo trabajo, ese TRABAJO DE RIESGO. EL RIESGO ES NO TRABAJAR.

Ernesto Marcos 

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