lunes, 11 de febrero de 2013

ALPARGATAS SÍ, LIBROS TAMBIÉN: "El destino de los perdidos", por Enrique Buracco


Recuerdo como si hubiera sido ayer, aunque en realidad sucedió justo el año pasado, que me perdí en una playa de Mar del Plata. Ocasionales veraneantes, conmovidos por mi llanto desconsolado, me condujeron a la casilla del bañero que me exhibió sobre una tarima como si fuera un extraño trofeo que nadie siente como propio, que nadie reclama. Comenzó una ola de aplausos, al principio vigorosos y solidarios, más tarde ocasionales y responsables hasta mutar a un lógico olvido y a la construcción de un entorno propicio al individualismo y a los mates con bizcochitos DonSatur. La gente se aproximaba, curiosa, tratando de reconocer en mí algo de lo que ellos seguramente perdieron anteriormente, en otra ocasión, en otra playa, pero era inútil; nada de lo que buscaban se podía satisfacer con mi presencia y nada de lo que yo estaba buscando se solucionaba en su compañía. Pasó la tarde, pesada, interminable. Las personas lentamente abandonaban el balneario; algunos me dedicaban una última mirada pero bajaban luego la cabeza y seguían su camino como autómatas, persiguiendo quizá sus propias ausencias. El mismo bañero no tardó en retirarse apenas entrada la nochecita, deshaciéndose en disculpas: que esto nunca le había pasado antes, que tenía otro trabajo, que debía presentarse en un boliche de la Avenida Constitución donde era patovica, que el dueño era muy estricto con los horarios, a lo que yo contesté que vaya, que vaya nomás, que por mí no se preocupara, que yo me quedaba ahí, que alguien me iba a reclamar tarde o temprano.
Y fueron pasando los días y yo seguía perdido. A veces los aplausos recomenzaban, casi siempre con los cambios de quincena y con el recambio turístico. Incluso los habitués me reconocían y me pedían si les cuidaba sus pertenencias mientras se metían al mar, si les sacaba una foto con la familia completa o si les traía agua caliente para el mate.
Terminó el verano y llegó el otoño. En esa larga y gris estación llegué a pensar que hay distintas clases de perdidos y de olvidos: los niños que se desorientan y por unos instantes sienten el vacío más hondo de la soledad absoluta, esa que en unos momentos se llena con la aparición mágica de sus seres queridos, una farsa quizá, una escena fraguada del drama final de la vida; en los perdidos musicales o literarios, esos que se fingen distantes para conseguir cierto éxito, con resultado a veces notable y muchas veces patético; en los perdidos que ignoran el hecho de estarlo y que es en vano explicarles el tamaño de su extravío.
Un día, cuando el invierno daba sus primeros pasos decidí que había llegado la hora de estrenar otro fracaso, uno flamante, y haciendo el vulgar ademán de tomar pertenencias que nunca existieron, decidí marcharme de ese lugar pensando en el destino de los perdidos pero en el de los otros, en el de los de en serio, en el de los de verdad, en esos perdidos que por algún motivo están destinados a no ser encontrados jamás.

Enrique Buracco

2 comentarios:

Norma Alvarez dijo...

Este Buracco se las trae!!!!! me produjo un ... agujero en el cuore, porque yo digo ¿qién no se pierde o fracasa algunas veces? Porque yo digo, pérderse... miles de veces y fracasar.... millones, pero perderse y fracasar en el mismo acto solo le pasa a un buraco.
Beso

Agustín Molina dijo...

Excelente relato. Angustia, claro, el saberse también perdido.
Pero -me sabrá disculpar- me quedé colgado con las DonSatur. Es que llueve y estoy con hambre, vió.
Saludos!!