de
Marti Delavalle y Fabián Bril
Actúan:
Marti Delavalle, César Eloy y Eugenio Tourn
Dirige:
Fabián Bril
Teatro
Silencio de Negras (Luis S. Peña 661), lunes 21 hs.
Reservas
indispensables al 4381 1445
El otro día
aprendí dónde está el plexo solar (curioso y hermoso nombre para una parte del
cuerpo). Y que ahí hay un hueco que algunos llaman chakra y otros boca del estómago. El asunto es que anoche, después
de ver Amen, me fui con un nudo, una
pesadez, una piedra oscura justo en este lugar. Nudo que se deshizo prontamente
con el aire fresco, el andar de los minutos y se terminó de esfumar con un
tequila.
Si hablamos de
géneros, podría decir que se trata de una obra de ciencia ficción, futurismo,
pero del post-apocalíptico. Me recordaba un poco el mundo de Mad Max,
Highlander −esos mundos creados por mentes ochentonas y suculentos presupuestos
hollywoodenses− pero vistos y creados desde una habitación de 3 x 3, con total
honestidad y entrega física y emocional.
Hay un cantante
de rock, Chinchi. Una arpía que lo domina, Gina, y quiere dominarlo todo (¿su
representante?). Y hay un poeta, Brando, decadente, bohemio, frágil, torturado,
inestable, sucio, explotado, fracasado, hecho jirones, lamentable… pero que
tiene algo que ya no se consigue y
que los otros dos necesitan. La cosa es cómo quitarle eso a Brando y las consecuencias que acarrea tal despojo.
Debo destacar
que la obra se desarrolla en una microsalita donde entran quince espectadores.
Un hecho nada menor, paradójicamente. Porque uno está a dos o tres metros del
actor. Uno tiene la sensación de ser un voyeur
escondido en un rincón de una habitación. Es terriblemente crudo y potente el
impacto emocional que eso provoca, no hay distancia, uno está metido adentro de
esa oscura casa de locos.
Asombra el uso
que se hace de los textos de Shakespeare, que aparecen en este contexto tan
distante de su origen y expresan el meollo y el centro de todo el conflicto.
Tan poéticos, tan poco cotidianos y eternos, resignificados y reapropiados.
Los tres actores
están muy curtidos en el teatro independiente, en el teatro experimental, tienen
un instrumento físico afinadísimo, un cuerpo que dice de todo en escena. Un
cuerpo que también se deja llenar de emociones verdaderas. En fin, tres actores
jugados y entregados que ponen toda la carne al asador, el lomo, las achuras y
los menudos. Hasta el alma de la
vaca ponen.
Por último, sobresale
el trabajo del titiritero invisible, el director, el que no se ve en escena
pero está en todo. Y el excelente
vestuario, la muy buena ambientación. Todo eso narra, todo es significativo y
colabora en arrastrarnos a ese pozo de oscuras miserias humanas que se produce
en Amen.
Dice mi joven
amigo y maestro Leandro Airaldo que el ser humano tiene la necesidad natural,
imperiosa, genética de transitar
distintas emociones. Y que por eso, entre otros motivos, el teatro perdura
a través de los milenios. Así que vayan a ver teatro, vayan a ver esta obra y
transítenlas. Transiten asco, lascivia, cariño, piedad, conmiseración, angustia.
Odien. Amen. (Y después, un buen tequila).
Carina
Kosel
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