Dijo el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en su informe anual al congreso que Bolivia ha “fallado de manera demostrable” en cumplir sus “obligaciones señaladas en los acuerdos antinarcóticos internacionales” durante el último año.
Por su parte, el presidente boliviano, Evo Morales, contestó: “Después de que cerramos las bases norteamericanas en Bolivia todo ha sido descertificación. Si tuviéramos bases, seguro nos certificarían”
Sin dudas la primer potencia del mundo no perdona a Bolivia que haya decidido gobernarse a sí misma y de acuerdo a los intereses de su pueblo. En decir, Estados Unidos no puede digerir que el pueblo boliviano haya nacionalizado sus riquezas de la mano de un gobierno nacido desde las bases de su pueblo. Recordemos los primeros pasos del gobierno plurinacional:
En la mañana del 1 de mayo de 2006, el presidente de la República de Bolivia firmó el decreto llamado “Héroes del Chaco” (con referencia a la guerra con Paraguay) por el cual se restituye al Estado boliviano la propiedad, la posesión y el control total y absoluto del gas y el petróleo. Luego se presentó en el Campo de San Alberto del municipio Tarijeño de Caraparí y se dirigió a las fuerzas armadas diciendo: “Queremos pedir desde acá, a partir de este momento, tomar todos los campos petrolíferos de toda Bolivia con los batallones de ingenieros”. De esta manera los campos petrolíferos pasaron a ser custodiados militarmente, al mismo tiempo que en sus puertas se izaban unas pancartas que sentenciaban: “Nacionalizado. Propiedad de los bolivianos”.
Hasta ese momento la explotación y comercialización de los recursos naturales más importantes de Bolivia estaban en manos de empresas extranjeras y se estimaba, según cifras del vicepresidente García Linera, que el Estado boliviano recibía 140 millones de dólares por la actividad petrolera y que a partir de esta decisión pasaría a recibir 780 millones de dólares, es decir una suma considerable y necesaria para iniciar el desarrollo social del expoliado pueblo boliviano. Hoy sabemos que, como resultado de la aplicación del impuesto directo a los hidrocarburos (IDH), en el 2007 el estado boliviano recaudó mucho más del doble de lo previsto por el vicepresidente en aquel momento.
El presidente Evo Morales en su campaña electoral había prometido nacionalizar la explotación de los recursos hidrocarburíferos de su país. Se trataba de la promesa central de su campaña y de una reivindicación inclaudicable de los movimientos sociales que en octubre del 2003 llevaron a la caída de los gobiernos de Gonzalo Sánchez de Losada y de Carlos Mesa, y que como contrapartida puso “al Evo” al mando del Palacio del Quemado.
La nacionalización era la pretensión decidida del pueblo boliviano. ¿Podríamos imaginarnos, por un momento, que si la mayoría absoluta de ese pueblo, la multitud totalizada en su más fibrosa y corporal expresión, pudiera llevar adelante este propósito sin más representación que ellos mismos; no hubiesen hecho otra cosa que la toma por la fuerza de cada uno de los campos de explotación de hidrocarburos, es decir, exactamente lo que hizo Evo Morales? Si admitimos que la realización material de esta promesa achica la distancia entre el representante y el pueblo, respondiéndonos que sencillamente se hizo lo que el pueblo quería que se haga y de la manera en que se hizo, no nos resulta para nada difícil imaginárnoslo. Sin embargo, sí nos resulta difícil imaginar esta situación cuando la realización de una teoría no es acompañada por la voluntad decidida y conciente de un pueblo.
En este sentido las teorías llevadas adelante por el neoliberalismo en las últimas décadas solo llevaron consigo el interés y la responsabilidad de los representantes. No hubo pueblo en latinoamérica que haya realizado por sí mismo, de la forma en que nos imaginamos recién, ninguna de las medidas impuestas por la teoría neoliberal. Hubo solo representantes que impusieron medidas políticas, sociales y económicas motivadas por teorías que nunca fueron asumidas ni admitidas por los pueblos. Y es aquí donde puede encontrarse una explicación a las distintas crisis extremas en que se vieron sumergidos pueblos como el argentino en el 2001 y el boliviano en el 2003. Pero ¿qué explicación daban los teóricos neoliberales?, ¿qué explicación daban los representantes de los desastres provocados por sus gobiernos? Tenían una explicación, ellos decían: Estamos inmersos en una crisis de representación política. Y desde ahí, siempre dentro de su marco teórico, pregonaban que era imprescindible llevar adelante las medidas necesarias para asegurar la gobernabilidad y fortalecer las instituciones. Se replanteaban un reacondicionamiento de su posición institucional sin resignar un centímetro los principios fundamentales de su teoría. Así, el “que se vayan todos” de la crisis argentina, significaba para el neoliberalismo una expresión que simbolizaba el estado crítico y terminal de la crisis de representación diagnosticada y no el total rechazo a la ejecución de teorías divorciadas de toda voluntad popular.
Karl Marx en su célebre “Introducción a la contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel” sostenía que la teoría solo podía superarse realizándola. Pero esa realización solo es posible si “la teoría es capaz de apoderarse de las masas”. Esto es lo que Marx denomina la “crítica de las armas”, es decir la fuerza material vehiculizada por la mediación de las masas. Siguiendo este punto de vista, podemos decir que las teorías neoliberales maquinadas desde los cráneos de los organismos internacionales de crédito y desde los grupos económicos que, como en Bolivia, se apropiaron de la renta de los recursos genuinos de nuestros países, intentaron realizar su teoría sin tener en cuenta que “la teoría logra realizarse en un pueblo sólo en la medida en que es la realización de sus necesidades”. Pero, es claro, el neoliberalismo no considera a los pueblos como el sujeto realizador de su teoría, los que ellos consideran como sujeto es el mercado. El mercado, desprovisto de todo contenido materialmente humano, es decir, el mercado desprovisto del hombre; el mercado como un espíritu suprasensible, el mercado regulado por el mandato de una mano invisible. Es decir, el sujeto realizador es un ente metafísico que no necesita más que la no intervención del hombre para llevar a cabo sus teorías, para hacerlas realidad. Porque la teoría se realiza, pero no es ella la que se apodera de las masas para que esta sea el vehículo de su ejecución, sino que parece haber un mandato supremo que reemplaza a las masas y que viene a imponer su teoría prescindiendo de toda voluntad popular.
En este sentido, se pueden explicar las razones de los esquemas de represión planteados por cada uno de los gobiernos neoliberales que hemos sufrido que, por otra parte, buscaron su legitimación mediante gobernantes que, votados por la mayoría de su pueblo, incumplían lisa y llanamente las promesas que los habían llevado a la cima del poder político. “A nosotros nos votó el pueblo” decían estos representantes, no obstante, al mismo tiempo, reconocían que su investidura estaba teñida de una crisis que los colocaba lejos de la relación de representatividad acordada. La legitimidad de los proyectos neoliberales de gobierno se sostenían a fuerza de engaños corrompiendo y alterando el mandato popular, y prueba de ello fueron las sucesivas crisis que colocaron a nuestros países en un estado de extrema pobreza y desamparo. ¡Winca engañando!, gritaban los ranqueles de la pampa argentina cuando los mandatarios del orden conservador de la generación de 1880 les presentaban los acuerdos que, sin ahorrar sangre, incumplieron de la mano del General Roca. En las últimas décadas del siglo pasado la situación no fue diferente.
La realización material de una promesa es hacer lo que se dice que se va a hacer. La promesa significa ofrecimiento, proposición, compromiso; significa juramento, voto, contrato, y, necesariamente, como contrapartida, trae a la creencia, que significa crédito, confianza, ideología. En definitiva, significa que una promesa se tiene que cumplir; es decir, ni más ni menos que lo que hizo y hace Evo Morales: cumplir con el pueblo. Y si alguien tiene alguna duda, puede preguntarle a cada uno de los bolivianos que integran más del sesenta y siete por ciento de los votos que acaban de ratificar “al Evo” al frente de los destinos de su país. Aunque cumplir con el pueblo no sea suficiente para terminar con el engaño, porque el egoísmo de las fuerzas que, durante siglos, mantuvieron sometidos y expoliados a los pueblos originarios de nuestro continente jamás se resignarán a tolerar la realización material de su fracaso.
Sergio Carciofi
9.9.08
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