miércoles, 9 de noviembre de 2011

ALPARGATAS SÍ, LIBROS TAMBIÉN: "El i-ranimée o el último producto de Steve Jobs", por Nelson Pascutto

Steve Jobs i-ranimée
Con Steve Jobs, las soluciones técnicas y científicas aplicables a los productos de uso cotidiano avanzaron más allá de lo que podíamos imaginar. Pero, en estos días, se dio a conocer el invento que prometió develar después de su muerte. Y, fiel a su estilo, sorprendió una vez más. Esta vez, con algo que trasciende las mismísimas fronteras de la vida.
          Ojeaba el diario “Sépalo ahora”, como todas las mañanas lo hago a riesgo de que el quiosquero de la esquina me lo haga pagar, y leí el anunció que decía: Apple presenta el i-ranimée, el producto prometido por Steve Jobs ahora al alcance de todos: ¿murió un ser querido y las circunstancias te impidieron compartir un último momento con él? ¡Apple te da la solución! Ahora, gracias a al novedoso i-ranimée, usted podrá compartir en persona una última charla, un abrazo o volver a oír por última vez el latiguillo preferido de su ser querido. (Incluye los tradicionales servicios funerarios.) Y finalmente aclara: Importante: para que podamos garantizar un servicio de excelencia no olvide llamarnos dentro de las veinticuatro horas de producido el deceso.
            Traté de olvidar el asunto cuando recordé el refrán que dice que “la curiosidad mata al hombre”, pero esto es algo que Jobs supo manejar magistralmente. Hasta hoy pude mantenerme alejado de sus costosas novedades, aunque es evidente que no hay voluntad capaz de resistirse al hechizo del magnánimo creador de productos de consumo. Para no caer en la tentación, releí “El carácter fetichista de la mercancía y su secreto” de Karl Marx. Fue inútil. El poder de excitación de la novedad, su avidez, lo primero que doblega es el alma. De modo que, sin reservas ni excusas, decidí entonces dar rienda suelta al desenfrenado deseo de conocer y tener en mis manos el genial i-ranimée.
          La manzana blanca y mordida lucía, gigante, sobre un portón de vidrio de doble hoja. Al entrar, una muchacha de una belleza capaz de justificar todos los actos estúpidos del hombre, dijo: “Bienvenido: usted es el cliente número 23.456.702, ¿viene por un familiar?” Estúpidamente contesto que sí y me da un formulario. “Llénelo y no olvide consignar claramente cuál deseo viene a cumplir”, advirtió. Contesto que se trata de una simple conversación. Me dice que estoy en mi derecho de cumplir cualquier deseo, pero que deberé renunciar a la disponibilidad material del cadáver por el plazo de veinticuatro horas. Completo y entrego el formulario. Me indica el camino y a quién dirigirme para encontrar a mí ser querido conectado al i-ranimée.
          Luego de transitar un largo pasillo con fotos de empleados del mes, cuadros con recortes promocionales en diarios de masiva circulación, entrevistas y certificados de normas internacionales que dan fe de la buena atención al cliente y de la calidad de los productos; llego a un amplio espacio inspirado en uno de esos salones del Jockey Club donde se practican los hábitos típicos de los hombres que integran esa prestigiosa entidad, tales como charlar, fumar y beber coñac. Pero todo blanco.
          “Adelante, pase señor, encontrará a su familiar sentado en uno de los sillones”, me dice un tipo vestido de médico. El gesto de mi cara debe haberlo persuadido de que era necesario acompañarme en la búsqueda, pero desistí de inmediato. Preferí no ponerme en evidencia.
          Con la torpeza de un desorientado, comienzo a recorrer el salón. Blanco. Veo varios finados leyendo el diario, a otros con sus familiares que lloran y ellos que ríen, familiares que insultan, reprochan, y ellos que ríen, familiares que observan en silencio y ellos que ríen. Observo, además, que los fiambres tienen comportamientos dispares: excesiva lentitud de movimientos, bruscos espasmos físicos, repetitivos al hablar, varios tics nerviosos a la vez… Me hago estos comentarios y de repente veo a una mujer que le chupa la pija a lo que supongo que fue su marido o amante o lo que sea. Entonces, simulo seguir buscando pero ya con los nervios propios de quien teme que la cosa se va a poner peor. Hay que decir, además, que los cuerpos reanimados presentan las más variadas lesiones que van desde los machucones a cortes medianos, eso sí: todos debidamente maquillados o vendados, pero en ningún caso desfigurados o mutilados.
           La experiencia no arrojaba dudas: Jobs podía hacer posible lo que su anuncio prometía. Pero, ¿cómo? ¿Cuándo lo reanimaban? Cómo funcionaba el famoso i-ranimée. El formulario era muy claro, nada debía preguntar respecto del método de reanimación y se justificaban en la ley de propiedad intelectual y de protección de inventos y autoría de avances científicos.
          Cuando parecía que llegaba al final del salón, a la derecha o izquierda siempre se extendía un espacio más con sillones blancos, y más finaditos con sus familiares. En uno de esos virajes, y para mi sorpresa, encuentro sentado y leyendo el diario a Roberto Garavía, mi asesor de seguros. “¡Roberto, qué hacés acá!”, exclamo, casi blanco. Me contesta: 
 
Ríe y repite frases incomprensibles. Aunque se expresa con la misma exagerada amabilidad y entusiasmo con la que siempre intentaba venderme uno de sus productos. “¿Qué te pasa, Roberto?”, digo. Blanco. Roberto lengüeteaba, mascullaba…, emitía sonidos inconexos para cualquier disciplina que intente descifrarlos. En eso estábamos, Roberto a las bravuconadas y yo que lo observaba con los ojos como dos bolas de vidrios, igual a esas que suelen adornar los centros de mesa. En eso estábamos…, cuando llegó una especie de técnico vestido de blanco y me dice: “no se haga problema yo lo soluciono. Lo que le pasa es que está leyendo el diario al revés. Déjeme que le ponga el diario al derecho y ya verá cómo el tipo se acomoda” (?)
          El técnico me explicó (luego de tirarle unos mangos) que a los fiambres los sientan en esos sillones blancos con formas de manzanas y los energizan  a través de un dispositivo conector que está debajo de los, aparentes, almohadones. De esa manera, los cadáveres retoman toda su fisonomía, gestualidad y movimiento corporal. Pero como el cerebro requiere de una potencia de energía  mayor que quemaría todo el cuerpo, lo dejan hasta donde de. Y para reavivar un poco el bocho les dan revistas, diarios, que resulta ser la única información que el muerto logra poner a disposición del visitante. “Esperé un rato, déjelo leer una media hora y verá que podrá conversar de lo más bien…”, dijo el técnico y se fue.
          Mientras esperaba, leí algunos de los anuncios y publicidades expuestos sobre una mesa ratona: “Raspe aquí y gane cinco minutos con Steve Jobs i-ranimée” No gané.
          “Roberto, estás bien”, pregunté al  muerto. “¿Quién sos?”, preguntó con un gesto de intriga. “Soy Nelson, ¿no te acordás? Si me habrás vendido seguros…”, le contesté para probar si estaba i-ranimée en serio... “¡Nelson, querido…! ¿Cómo estás, campeón? Es increíble la cantidad de ofertas y soluciones que tiene previsto para vos el mercado. Justamente estaba leyendo en este diario que las compañías de seguros, a las cuales represento, por supuesto, han decidido bonificar el pago de la prima de los dos primeros meses, para todos aquellos que acepten el Pack-Business. Esto te viene…, ¿cómo me dijiste que te llamabas?...” Atónito le repito: “Nelson, Nel-son…”, y continúa: “Neeelson, claro querido…, esto te viene al pelo para tus negocios. Vos que sos un tipo que está permanentemente asumiendo riesgos comerciales no podés dejar pasar esta oportunidad. Pero ojo, no es todo: como soy el que te lo vende y, como vos sabés…, esteee…, ah sí… Nelson…, como vos sabés, yo siempre les gestiono un trato especial a mis custumers… (?) Y puedo entregarte sin costos, o más bien a mí costo porque vos te lo merecés… Ojo que lo hago por vos a esto, eh… Mirá que es algo que me cuesta negociarlo…, pero lo importante es que yo te de soluciones, querido… Ah, sí… me lo habías dicho… Neeelson, querido…, Nel-son: te vas a llevar tres días con todo pago a Punta del Este para vos y toda tu familia. ¿Cómo anda tu familia?, mandale saludos… No, no me lo agradezcas… No me lo tenés que agradecer, yo estoy para esto. Para a-yu-dar-te…”
          Abrumado por el despliegue de Roberto (sí que estaba enchufado), le dije que aceptaba su oferta. Quiso darme un abrazo. Pero al no poder pararse extendía sus brazos y me gritaba: “¡vení, vení…, ¿cómo era que te llamabas?, vení…!”, al tiempo que reía, reía y reía… Rápido busqué la salida. Comencé a desandar los salones y todos los llantos, reproches de los familiares y risas de los fiambres parecían acoplarse en una sola imagen y sonido. Hasta que tropecé con el sillón de la mujer que hasta hace un rato practicaba sexo oral, pero que ahora directamente se estaba cogiendo al muerto que reía, reía y reía como todos los fiambres lo hacían. Igual que Steve Jobs. A carcajadas.

Nelson Pascutto (2011)

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