Nuevos
grupos políticos se van reciclando en nuestra historia y siempre con el mismo
entusiasmo y “entrega”. Justamente, en el año del bicentenario de nuestra
independencia, la vocación por el cambio nos presenta a nuevos y jóvenes
gobernantes que nos proponen desempolvar del Museo de Grandes Novedades algunas viejas costumbres: pedirle
perdón al Rey.´
Por
estos días el presidente Mauricio Macri se ocupó de los preparativos y decidió
celebrar la Independencia de la Patria con la asistencia del Rey emérito de
España, Juan Carlos de Borbón.
Para
encontrarlas debemos, por supuesto, interpretar el gesto del Presidente para
con el Rey: en principio diremos que se trata de un desagravio, similar al que
Julio Argentino Roca hizo al abreviar el Himno Nacional Argentino en su segunda
presidencia, para que las estrofas combativas no ofendieran a España. Pero si
vamos a los hechos que fundan la gestualidad neoliberal, estamos compelidos a
admitir una moral que echó raíces en aquellas costumbres que llevaron, por
ejemplo, al Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de La Plata,
Carlos María de Alvear, a pedir perdón, primero al Rey Jorge III del Reino
Unido de Gran Bretaña e Irlanda y luego al Rey Fernando VII de España.
Luego
de la Revolución de Mayo y de la Asamblea del año XIII, la lucha por la
independencia de España estaba muy comprometida. En enero de 1815 llegan
noticias de que el Rey Fernando VII había enviado una expedición de 12.000
hombres en sesenta navíos, para auxiliar y recuperar Montevideo y avanzar contra
Buenos Aires.
El
Director Supremo Alvear, alarmado por la situación, antes de apoyar al ejército
de Artigas decide abandonar Montevideo y hacer un gesto hacia el Rey Jorge
III por intermedio del envío de una carta
que expresaba “Todos juran en público y en secreto morir ante que sujetarse a la metrópoli
[española] En estas circunstancias
[…] estas provincias desean pertenecer a
la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su
influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición a la generosidad y buena fe
del pueblo inglés, y yo estoy dispuesto a sostener tan justa solicitud para
liberarlas de los males que la afligen”
El
Rey Jorge III, con buen tino, por intermedio de su representante en Brasil,
Lord Strangford, le contesta que lo mejor es que se reconcilie con Fernando
VII, pues él se llevaba muy bien con su colega y tenía excelentes planes
comerciales que podrían, también, beneficiarlo a él y su gobierno.
Los
vientos que soplaban las velas de la armada española finalmente llevaron a
estos sesenta navíos hacia Venezuela, y ya no fue necesario para Alvear “vivir bajo el influjo poderoso” de los
ingleses, y decidió entonces concentrarse una vez más en luchar por la
independencia argentina. Pero Artigas, el Ejército Libertador, San Martín y el
pueblo de Buenos Aires, con justificada desconfianza, amablemente le pidieron “despréndase V. E. del mando y deje al
inmortal pueblo de Buenos Aires elegir libremente su gobierno” (Intimación del Ejército Libertador) Alvear,
sorprendido, se niega rotundamente, pero al notar que los muchachos hablaban en
serio y que su pescuezo corría serio riesgo de ser separado de su uniforme,
decidió usar otra vez su arma predilecta: pedirle perdón al Rey. Pero esta vez
al Rey Fernando VII: “soy un español que
ha nacido con honor, [que ha querido] aventurarse
a un paso decisivo que pusiese término a esta maldita revolución [por la
independencia argentina], pero había
quienes, apoyados por la conducta de don José Artigas, no querían que el país
volviese a su antigua tranquilidad. Por
eso yo con mi familia, considerándome como un vasallo, nos presentamos
voluntariamente ante Su Majestad [Fernando VII] y permanecemos bajo su protección”.
El
Rey Fenando VII nunca contestó y no sabemos si Alvear siguió pidiendo perdones
por las demás cortes europeas. Pero eso ya no importa, porque don Carlos María
estaría muy orgulloso de saber que su tradición se mantiene indemne en la
conducta del actual ministro de hacienda, Alfonso de Prat-Gay, que hace unos
días viajó a España y pidió perdón como corresponde a su estirpe: "Quiero pedir disculpas por los últimos años.
Sé de los abusos que han sufrido los capitales españoles y les agradezco la
paciencia" (Ver La Nación del 30/5/2016).
Por
suerte, y a pesar de todo, hubo otros gestos y otras conductas que hicieron que
seamos independientes. Y si ahora podemos festejar 200 años de aquella epopeya,
se lo debemos a hombres como don José Gervasio Artigas. A quien, para envidia
de Alvear, el mismísimo Rey Fernando VII por intermedio del comandante de sus
ejércitos en América, le propuso a él y sus oficiales luchar por España a
cambio de “premios a que se han hecho
acreedores”. Pero el Protector de los
Pueblos Libres sin vueltas lo mandó a mudar: “Yo no defiendo a su Rey. Sepa que yo no soy vendible ni quiero más
premio por mi empeño que ver libre mi Nación del poderío español”.
Así
como se reciclan viejos perdones alvearistas después de 200 años, es bueno saber
que entre nosotros también existen aún muchos protectores de los pueblos libres
como Artigas.
Sergio
Carciofi
1 comentario:
Muy interesante análisis y otra vez desviste el paño de patriotismo que la historia de algunos imprimió a personajes de la talla de Alvear, Roca y otros. Tratando de intimidar la memoria popular de las luchas por la independencia y el pensamiento nacional.
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