Muchos hombres se interesan por la política
y la guerra, pero yo apreciaba poco esas fuentes de diversión, me sentía tan
politizado como una toalla de baño, y sin duda era una lástima. Es cierto que,
en mi juventud, las elecciones eran muy poco interesantes; la mediocridad de la
«oferta política» era incluso sorprendente. Un candidato de centroizquierda era
elegido, por uno o dos mandatos según su carisma individual, y oscuras razones
le impedían llevar a cabo un tercero; luego la población se hartaba de ese
candidato y más generalmente del centroizquierda, se observaba un fenómeno de alternancia
democrática y los votantes llevan a poder un candidato de centroderecha, a
ese también por uno o dos mandatos, en función de su propia naturaleza.
Curiosamente los países occidentales estaban extremadamente orgullosos de ese
sistema electoral que, sin embargo, no
era mucho más que el reparto de poder entre dos bandas rivales, y llevaban
incluso a declarar guerras para imponerlo a países que no compartían su
entusiasmo.
Michel Houellebecq, Sumisión.
Anagrama 2015
No es la primera vez que ocurre que un tipo como Macri gana una elección nacional, al menos en otros países. Lo que pasa es que ahora nos tocó a nosotros, que hace treinta y dos años copiamos ininterrumpidamente el sistema de representación política que todo el mundo llama democracia. Ojo, esta reflexión no intenta para nada poner en cuestionamiento la democracia (tema que merece ser tratado y, también, cuestionado en otras reflexiones) Simplemente lo aclaro para no corrernos del foco este asunto: la centroderecha gobernará la Argentina por cuatro años y tal vez más.
A la crisis del 2001 se la llamó hecatombe. La primera referencia fue al
quiebre económico y financiero que la desencadenó, pero ahora sabemos que se
refería más precisamente al quiebre político. La primera etapa de la salida de
la dictadura militar ya nos había dado dos experiencias políticas
contrapuestas: la alfonsinista y la menemista, que podríamos caracterizar, a
grandes rasgos, como de centroizquierda la primera y centroderecha la segunda.
―Para que el lector no frunza el entrecejo y espete al mismo tiempo un ¿eeehhh?,
diré algo en el cual, en principio y de manera muy amplia y general, podríamos
estar de acuerdo: entendemos por centroizquierda a aquel gran sector político
de la sociedad que cree que es mejor para todos que el Estado intervenga al Mercado,
y centroderecha a aquel otro gran sector político de la sociedad que cree que
es mejor para todos que el Mercado
intervenga el Estado.―
La
alternancia inicial de estos dos grandes espacios en nuestra enana democracia,
fue tan traumática como una mala sorpresa. De hecho, la primera sorpresa fue el
desastroso manejo de la economía por parte del gobierno de Alfonsín y, la
segunda sorpresa, el giro político a la centroderecha de un proyecto político
que enarbolaba los principios nacionales y populares del peronismo. El
desenlace fue la hecatombe de esa alternancia ante una sociedad que defendía,
al mismo tiempo, la convertibilidad de la moneda propuesta por la centroderecha
y la intervención social del Estado propuesta por la centroizquierda. La crisis
de representación de los partidos políticos en gran medida se debe a esa gran
confusión: ¿quiénes son la centroizquierda y quiénes la centroderecha?
Veámoslo
de esta manera: la crisis del 2001 encontró la salida buscando respuestas a este
último interrogante; y todo se reinició con el peronismo y el radicalismo creando
sus propias grietas internas sobre la base de esta contradicción. La Alianza, entonces, estalló por los
aires y el único hombre fuerte en pie del peronismo, Eduardo Duhalde, motivado
por su sed de venganza contra Menem, a quien culpaba por haber perdido él las
elecciones con De la Rúa, impuso un candidato fortuito: Néstor Kirchner. De ahí
en más se fortalece la idea de que nadie en la Argentina gobierna sin el
peronismo y que sin el radicalismo será imposible poner en pie una oposición de
derecha con vocación de poder alguna: dos axiomas que Mauricio Macri destrozó
el domingo 22 de noviembre de 2015.
Estas
contradicciones explican el pase de políticos a uno y otro bando, la
conformación de partidos y coaliciones políticas y su desaparición después de
las elecciones. También explica la falta de compromisos con una idea o un
proyecto. Sobran los ejemplos de personajes que un mes decían una cosa y al
otro mes otra. Los programas de televisión se llenaron de informes
denunciándolos graciosamente y mucho político nuevo, que caía en esos tropiezos,
argumentaba con pretensiones de seriedad que “nadie resiste un archivo”.
Así
las cosas, mientras el gobierno de Néstor Kirchner reconstruía a los tumbos la
economía del país, las viejas y nuevas formaciones políticas se retorcían sobre
sí mismas. En el medio de ese remolino huracanado, Mauricio Macri conforma uno
más de los tantos partidos políticos y se lanza, solo con su imagen y su
gestión en Boca Juniors, a la conquista de ese espacio de centroderecha. Y
entonces dice y hace atrocidades propias de la derecha más fea, que no solo a
nadie le importó sino que comenzó a nuclear y cobijar a los intereses
reaccionarios y corporativos de la industria, el campo y los medios de
comunicación.
Néstor
Kirchner se anticipó a lo que hoy está sucediendo, a esta nueva era de la
democracia argentina en la que claramente es posible identificar ahora una
centroizquierda y una centroderecha, y fue con su proyecto de transversalidad. Advirtió
que el peronismo “pejotista” no alcanzaba o no era suficiente para conformar
ese espacio “progre” que le diera sustancia a un bloque nacional de
centroizquierda. Y, paradójicamente, también contribuyó decididamente a crearle
esa sustancia a la centroderecha que tuvo su épica con el lockout de los
estancieros argentinos en su rechazo a “la 125”.
Sin
embargo, fue esa disputa por la renta sojera la que hizo retroceder a Kirchner y a
echar mano otra vez al formato “pejotista”. Luego de su muerte quedó trunca esa
visión política.
Cristina
tuvo el desafío de frenar y contrarrestar el retroceso sobre sí de esos dos
grandes bloques, y logró recostarse sobre la centroizquierda a fuerza de profundizar
importantes cambios sociales, culturales y políticos. No obstante decide
refugiarse en un núcleo duro e intentar crear un ámbito propio que pueda, luego
de irse del gobierno, disputarle al peronismo el liderazgo de la
centroizquierda.
No
es casualidad que este proceso que va desde 1983 a la fecha desemboque en un
balotaje con dos grandes sectores bien definidos. Sin embargo quedan varias
incógnitas para el futuro: el lugar donde caerá Massa y su Frente Renovador,
aunque todo parezca que puede llegar a diluirse en la centroderecha, aún le
queda una posibilidad de dar batalla dentro del peronismo. También queda la
incertidumbre de cómo se terminará resolviendo el liderazgo de la
centroizquierda en la disputa entre el peronismo y el kirchnerismo que ya
comenzaron a blandir sus armas.
Pero
más allá de estos desafíos a futuro, hay algo que se ha modificado
definitivamente en la democracia argentina: la centroderecha con su discurso de
derecha ganó las elecciones sin el peronismo, y terminó de cerrar el círculo
que Estados Unidos y los países europeos vienen practicando aburridamente desde
el fin de la segunda guerra mundial, que no es otra cosa que esa insistente
alternancia entre centroizquierda y centroderecha que relata magistralmente Houellebecq;
y que garantiza el orden mundial que dirigen los grandes monopolios financieros
y comunicacionales.
Mientras
la crisis europea abre un camino para intentar romper esa alternancia política (Podemos en España, por ejemplo),
en Argentina se consolida. Cosa que nos deja entrever lo que
probablemente vendrá en los próximos veinte años por estos lugares.
Que
linda es la reflexión política y la literatura, ¿no? Pero, al menos a mí, no me
alcanza para sacarme este nudo en la garganta que tengo desde que, el pasado domingo
22 de noviembre, perdimos las elecciones.
Sergio Carciofi
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