Millones de argentinos celebraron en las calles el bicentenario de la Revolución de Mayo. Los eventos organizados por el gobierno nacional fueron desbordados por personas de toda edad y color, proveniencia y religión. Recitales de rock, folklore, música latinoamericana y tango; paseos, locales gastronómicos y muestras provinciales; desfiles de militares, autos y colectividades; inauguraciones de obras, como las del Teatro Colón y el Centro Cultural Bicentenario –en el antiguo edificio del Correo Central–; proyecciones sobre los iluminados edificios públicos –en la que se destacó el histórico Cabildo de Buenos Aires;– exposiciones en diversos museos y archivos –la del Archivo General de la Nación exhibió los documentos originales firmados por los patriotas que participaron en la gloriosa semana de mayo de 1810–; los tedeum realizados en las catedrales de todas las provincias; la proyección en pantallas gigantes del partido de fútbol en el que la selección Argentina le ganó 5-0 a Canadá; escenificaciones teatrales de momentos decisivos y cruciales de nuestra historia (la industria, el tango, la guerra de Malvinas, las Madres de Plaza de Mayo, la vuelta a la democracia, fueron algunos de los temas) que en caravana se repetían a lo largo de la diagonal que une la Plaza de Mayo y el Obelisco. Todo fue colmado por el pueblo que vivió su nacionalidad tal vez como nunca antes. Sí, el pueblo. No la gente, las personas, los ciudadanos y demás denominaciones que habitualmente usan los pensadores rápidos para argumentar sin fundamento (el fast-thinking, diría Pierre Bourdieu) Porque cuando el pueblo se expresa como tal, cuando se hace fibra, se hace masa; cuando el pueblo está siendo pueblo, es su fundamento. Y cuando el pueblo es siendo su fundamento, no hay interpretación o argumento que pueda tergiversar lo que expresa. Ya saldrán los Morales Solá a descentrar los acontecimientos con interpretaciones repletas de intereses y anhelos que nadie vio, ni pensó, ni sintió. Tienen que saberlo (¡y vaya si lo saben!): esta vez el pueblo no lo vio por TV, no lo escuchó por radio, no lo leyó en los diarios del lunes, no participó por medio de Internet, Facebook o Twitter… el pueblo estuvo en la calle reencontrándose con su nacionalidad, con su facticidad, con lo que el pueblo hizo de él y también con lo que hicieron de él: con su historia.
Hace doscientos años el pueblo argentino fundó, en las calles, su nacionalidad. Luego, pocas veces pudo expresarla con plenitud. El 9 de julio de 1816 declaró su independencia en medio de retrocesos militares y avanzadas realistas; en 1829 instauró a Juan Manuel de Rosas; en la Revolución de 1890 sentó las bases del sufragio secreto y universal para varones por medio de la ley Sáenz Peña, sancionada en 1912. Una vez el pueblo impuso su voluntad contra viento y marea y refundó su nacionalidad dándose dignidad y justicia, fue un 17 de octubre de 1945. Le sucedieron años de resistencia contra los golpes militares que lo habían proscripto y sufrió asesinatos, torturas y desapariciones. En 1983 ganó nuevamente las calles y ya nada ni nadie pudieron quitarle la democracia. En estos últimos días El Pueblo, todos y cada uno de nosotros, salimos a las calles para conmemorar el bicentenario y nos reencontramos con nuestra nacionalidad para darnos cuenta que ya no somos nuestra historia, sino un presente de posibilidades que elegimos y que seguiremos eligiendo empujados e inspirados, siempre, por nuestro inalienable grito sagrado: ¡libertad, libertad, libertad!
Sergio Carciofi
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